Juan María Casado

La sorpresa

«La sorpresa» fue finalista en el primer certamen de relatos breves “sobre enfermeras” del Colegio de Enfermería de La Rioja en otoño de 2020.

 

Estaba contenta. La consulta estaba repleta y confiaba poco en comer a una hora decente; pero estaba contenta. Era mi última jornada en el ambulatorio e iba a empezar, por fin, mis deseadas vacaciones; así que, antes de hacer pasar al primer paciente, me armé de resignación e invoqué ese karma que tantas veces me había sido escurridizo.

Pasó un chico pelirrojo, de piel blanquecina y bastante pecoso, que no aparentaba llegar ni a la treintena. No recordaba haberlo visto anteriormente, así que le pedí el volante del médico y le pregunté cómo se encontraba. Solo hubo un ligero e ininteligible balbuceo por respuesta. Extrañada, le insistí pero no obtuve mayor resultado. Parecía muy tímido. Quizá le tiene un miedo espantoso a las agujas –pensé–, o es muy pudoroso y no le gusta que una desconocida le vea el culo, por muy profesional que sea.

Mientras preparaba la disolución procuré calmarle, pero cuando le sugerí que se metiese detrás del biombo para ir desabrochándose el pantalón, comenzó a dar pequeños pasos nerviosos adelante y atrás sin saber dónde quedarse. Miré su nombre en el volante y le dije lo más amable que pude: “José María no tengas miedo, este antibiótico no es de los que más duelen, no te preocupes”. Me acerqué con la jeringuilla en la mano y le pedí que se bajara un poco el pantalón. En ese momento, una compañera, dando unos pequeños golpecitos en la puerta, entró a coger algo de la repisa y, justo antes de salir, apoyándose en el lateral del biombo, me advirtió que no me fuera sin despedirme, que me tenían preparada una sorpresa. Asentí con una ligera sonrisa. Ella me la devolvió reflejada en el brillo de sus ojos y salió cerrando la puerta.

Cuando fui a limpiar la zona de punción, me desanimó comprobar el milimétrico resquicio que José María había dejado entre pantalón y camisa; por lo que, con un gesto de desaprobación, le rogué que airease un poco más de nalga para poder limpiarle con la gasa. Bajó un par de milímetros con un esfuerzo que debió parecerle sobrehumano y se quedó esperando.

En este tipo de situaciones hay que ser resolutiva: no se puede estar a expensas de la indecisión. “José María”, –le dije–, “bájate esto un poco más, ¿no comprendes que no tengo espacio y puedo hacerte daño?” Medio convencido bajó otro par de milímetros y yo ya no aguanté más: le cogí el extremo del pantalón y tiré hacia abajo sin brusquedad; con la mala fortuna que él no pudo sujetarlo y descendió hasta encallar en sus rodillas. Lamentablemente, el calzoncillo, sujeto por sus dedos, seguía cubriendo la zona que yo quería despejar. Era uno de esos blancos, de algodón, de los de toda la vida… y le venía exageradamente holgado. Tiré de él muy despacio, hasta que tuve sitio para desenvolverme. Limpié un poco con la gasa y hundí la aguja sin titubear. Fue entonces cuando se desencadenó la tragedia.

Debido al impacto de mi mano sobre su nalga, la pinza de los dedos pulgar e índice, con la que José María sostenía su preciada prenda blanca, se abrió y el calzoncillo se vino abajo irremediablemente, cayendo y encasquillándose a la misma altura que el pantalón y dejando ver en todo su centro una pátina marrón enorme de inequívoca procedencia. 

Me quedé tan hipnotizada ante aquella costra informe, que no era capaz de introducir la punta de la jeringuilla en la cánula de la aguja, para inyectarle el antibiótico de una puñetera vez. Era tan delirante, como los colores de un cuadro surrealista sorteando todas las costuras de la tela recién caída.

Comprendí que no era miedo ni pudor, el recelo que mostraba mi desconocido paciente, sino vergüenza… una vergüenza ahora magnificada por una situación inesperada en la que José María, desnudo de cintura para abajo, hasta las rodillas, con la hoja lateral del biombo plegada hacia dentro, y la puerta, no se sabe cómo… recién abierta, espontánea y misteriosamente, mostraba sus íntimos secretos a todo el personal de la sala de espera, cuyos ojos no daban crédito a lo que veían.

La sorpresa que me tenían preparada fue completamente ensombrecida por el suceso. Durante mi despedida, todos comentaron con detalle el perfil de José María, con la aguja clavada en el culo, sus atributos revelados en todo su esplendor y la cara completamente congestionada; pero, desde luego, nadie se hizo una idea tan precisa como yo, del trasfondo castaño-pardo-rojizo de aquellos calzoncillos históricos.

José María ya no volvió más por el ambulatorio. 

 

Juan María Casado

15/09/2020

«La sorpresa» fue finalista en el primer certamen de relatos breves “sobre enfermeras” del Colegio de Enfermería de La Rioja en otoño de 2020. En el siguiente enlace puedes leer el relato premiado y el resto de finalistas.

http://www.colegioenfermeriarioja.org/fileadmin/INFORMACION_COLEGIAL/NURSING_NOW/Recopilatorio_Relatos_Breves-_2020_01.pdf

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